Vida solitaria

En una aldea remota, de la isla más recóndita que te puedas imaginar, vive una dragona en la más absoluta soledad. Ella no recuerda cuanto tiempo hace que la han abandonado a su suerte. Han pasado tantísimos años que apenas consigue dibujar en su memoria el rostro de sus progenitores, o tan siquiera de ser alguno.

Una sombra difusa en la niebla, unos cuernos esbeltos y largos que se internan en la oscuridad, una canción melodiosa que siente vibrando en las entrañas, ese es todo el recuerdo que anida en su interior.

Los días pasan despacio y rápido, dependiendo de la estación del año. La dragona vive en una cueva oscura y profunda. No es una cueva sucia y maloliente, no. Es una gruta acogedora, con las paredes llenas de dibujos de días pasados que ella desconoce, tiene un mobiliario tosco, resistente, pero de líneas limpias y pulidas. La vivienda dispone de una despensa bien aireada, donde conserva reservas para varios meses, por si las heladas y la nieve deciden impedir la caza. Es una perfecta cuerva para una dragona solitaria y un poco maníaca del orden.

Las jornadas de invierno son extremadamente veloces, apenas se despierta con la primera luz del nuevo día, realiza unos estiramientos corporales extenuantes para mantener el cuerpo sano y esbelto, tal como explica en un pequeño manual que encontró en el interior de la cueva, y que tiene impreso con letras doradas, en la cubierta de ropa verdosa, el siguiente título: Ser de Sade Ston. Después de un baño en las aguas heladas de la poza que está ubicada en el exterior de la casa, desayuna copiosamente. Sale a pasear, a recolectar algunas hierbas y madera para el fuego, extiende las alas para airearlas de la humedad, baila lenta y pausadamente con la última luz del día en lo alto de la montaña, y sudando con el corazón a galope medita delante del fuego de la chimenea. Cena copiosamente, y después deja transcurrir las horas leyendo, escribiendo poemas sobre viejos cuervos fanfarrones.

Los días de verano son lentos y pesados, se despierta con la noche negra y palpitante, realiza su serie de estiramientos corporales extenuantes, después se baña en las aguas, ahora calientes, de la poza y suda por todos los poros de su ser. Apenas desayuna. Pasa la jornada limpiando y pintando la cueva, reparando los desperfectos del invierno, aprovisionando la despensa de avituallamientos, salando carnes y pescados. Come a media mañana, descansa bajo la sombra de la higuera, por la tarde se tumba en la hierba del prado y extiende las alas dejando que el sol la recargue de energía y luz. Apenas cena y con la última luz del día se queda dormida en su nido, acunada por el canto de los jilgueros.

Las estaciones de otoño y primavera, sueña con nuevas aventuras. Lee toda clase de libros de viajes y expediciones de antiguos dragones, no sabe como llegaron a su biblioteca, están ahí desde que tiene uso de razón. Imagina como sería abrir las alas y dejarse llevar por el viento del sur, y visitar nuevos horizontes, encontrar amigos, enamorarse, tal vez.

Pero los sueños son fantasmas hambrientos que la devoran por dentro, así que intenta mantenerlos a raya. Aunque hay días que sube a lo alto de la montaña, extiende las alas e imagina como debe ser volar, sentir el aire a través del pelaje. Imagina como debe ser ver el mundo desde arriba. Imagina como las aventuras que ha leído y recreado en su cabeza se materializan. Pero el miedo la mantiene agarrada con las uñas en la roca. Hay una hendidura en lo alto de la montaña de tantas veces que se ha propuesto salir a explorar. Sin embargo, la promesa de que algún día vendrán a por ella es más fuerte que ningún sueño.

Ansía el momento en que esa sombra de cuernos alargados y canción melodiosa venga a por ella, que le diga cuál es su nombre, por qué es distinta a los dragones que ha visto en los libros, por qué es peluda y tiene alas de mariposa, por qué está sola en esa cueva desde que tiene uso de razón, de donde provienen todas las aventuras que tiene encuadernadas en la biblioteca, quién es Sade Ston, y por qué siente que esa mujer es parte de ella.

Ansía el momento del rescate, pero en su interior sabe que nadie vendrá. Que nada sucederá hasta que extienda las alas de verdad en lo alto de la montaña y decida soltar las garras para dejarse llevar por el Viento del Sur. 

 

Ilustración de Víctor Rivas
 

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