TONTOS RITUALES

¡Nunca, jamás, una bruja fue de sangre felina!

 

A las brujas de sangre lobuna les gusta aullar a la Luna. En las noches de plenilunio se suben a las barandillas de los balcones y, con profundos aullidos, veneran a su diosa, incordiando a las vecinas y molestando a los felinos. Celebran ritos estúpidos: escriben poesías sin sentido, beben vino especiado y dan lametazos a la luz de la Luna.

Con la última luz de la Luna Llena y la primera del Sol, las brujas de sangre lobuna tras aullar, escribir, llorar y reír, realizan sus últimos rituales: sacuden con brío las penas de las entrañas, restriegan con fervor las piedras que les protegen los corazones, lavan los cabellos con lágrimas no vertidas y secan los huesos encaramadas a los tejados de sus casas.

Pasados los tres días de plenilunio, las brujas de sangre lobuna acaban reventadas. La última noche, como colofón de las fiestas, se visten de riguroso rojo, se pintan los labios con la oscuridad del firmamento nocturno y muestran en los ojos el brillo de las estrellas. Suelen ir a algún ágape muy finolis a beber vino y comer aperitivos. Después duermen durante horas a pata suelta.

En uno de esos fiestones, una de ellas se escabulló del festín con un seductor caballero y juntos fueron al río a aullar a la Luna.

Pero algo inaudito pasó. Al noveno plenilunio una pequeña hechicerita nació. La comunidad bruja de sangre lobuna no daba crédito a tal suceso. La madre de la criatura no recordaba haber retozado con ningún macho. La Luna, siempre vigilante, le recordó la noche del ágape finolis y al galán. También mencionó que el engatusador caballero era un mago de sangre felina.

–¡Qué horror, un mago de sangre felina! Seres indeseables y llenos de rencor. ¡Maúllan al Sol! –Se lamentaban sus hermanas.

–¿Qué hacemos con la criatura? –preguntaban otras muy preocupadas.

–¡Nunca, jamás, una bruja fue de sangre felina! –gritaban las más viejas.

–¡No puede existir semejante aberración! –exclamaban las más devotas.

–Miauuuuuuuu –musitaba la pequeña sin comprender.

Ninguna bruja de sangre lobuna que se preciase podía tener tratos con los magos de sangre felina. Eran las normas de lo establecido. Madre e hija fueron desterradas a vivir en la montaña, olvidadas por su comunidad.

La hechicerita gatuna creció entre amables robles, simpáticos cuervos y salvajes caballos. No sabía si miar o aullar, así que la pequeña decidió callar. Los años pasaron con el instinto en silencio.

Pero se acercaba el quinceavo cumpleaños de la muchacha y había que hacer el ritual de iniciación para convertirse en una bruja de verdad. Madre e hija debían volver a la congregación. El recibimiento fue frío y hosco. Ninguna bruja de sangre lobuna quería tratos con semejante desvío. La madre, incapaz de superar la vergüenza de su pecado y enfrentarse a sus hermanas, se fue al Confín para expiar la culpa, abandonando a su cría. La hechicerita tuvo que convivir con ariscas brujas, pérfidas tías y dóciles novicias.

Una tarde noche, atribulada, subió al tejado y observó ese preciso instante en el que la Luna asoma la hermosa cara y el Sol la contempla. Lloró lágrimas amargas por la incomprensión de sus tías. Se lamentó por su condición de hechicera y felina, una incompatibilidad para vivir en aquella sociedad. Se enfadó con ella misma por ser diferente, y pensó, en un momento de desesperación, dejarse caer cabeza abajo y dar por terminado el sufrimiento.

Sin embargo, una estrella vespertina, la más sabia y antigua de todas, habló:

–Hechicera de sangre felina, no cometas tonterías. Todo tiene solución.

–No hay ninguna solución, nadie me quiere por mi condición. No soy bruja ni lobuna. Soy una hechicera y felina, una abominación. Mi única salida es desaparecer sin dilación… –murmuró apesadumbrada la muchacha.

–¡De ninguna manera! ¡Debes hacer el ritual! ¡Tú eres especial! –exclamó la vieja estrella.

–No soy especial, soy un engendro raro y grimoso, no soy normal…

–Los seres únicos siempre estáis igual. ¡Cuánto dramatismo! Debes aceptar tu condición de hechicera de sangre felina.

–¿Cómo lo hago? –preguntó con un leve aleteo de esperanza.

–Debes dejar volar tu instinto en el ritual –sentenció la sabia estrella.

La noche de su quinceavo plenilunio, la hechicera de sangre felina se encaramó a un balcón. Con fuerza y decisión maulló a la gran diosa, incordiando a las brujas y molestando a los canes. Celebró un ritual estúpido: escribió este relato absurdo bebiendo leche con galletas, mientras esperaba al amanecer para darle un lametazo a la primera luz del Sol.

–AuuuuuuuMauuuuuu. –Se oyó en todo el valle.

Y así fue como una hechicera de sangre felina se consagró.

Esther Vázquez
relato perteneciente al libro:
 Ser -manual para chicas valientes-
(pendiente de publicación)
 
 
Modelo de la portada: Pataca Minuta
 
Nota: ninguna gata, hechicera o maga, fue maltratada en la creación de este relato. 
 
 
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